Gaspar Polanco: el iletrado graduado

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    Por: Leonel Martínez 

    El patriotismo como valor y virtud cívica no se aprende en la escuela, en esa materia Gaspar Polanco alcanzó su grado superior sin conocer las letras. Este iletrado defensor del orgullo de los dominicanos es la Primera Espada restauradora, en un cuadro de honor de los héroes de esa Guerra en el que no figure por olvido el nombre ilustre de Gregorio Luperón.

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    El inmenso patriotismo de Polanco nació de su corazón, no lo aprendió en los libros. En la escuela se dice, “hay que morir por la patria”, Polanco nunca lo escuchó porque sus padres por pobreza no lo enviaron a las aulas. Pero la vida entre tiros y machetazos se lo enseñó, lo asimiló en la universidad del sacrificio, en la cual se graduó con los más altos honores.

    Juan Bosch, con su túnica de historiador y con estilo clásico al nivel de Tucídides, así lo expresa: “Gaspar Polanco no tiene estatuas y su nombre es uno más entre los de los jefes de la Restauración, pero pocas veces, si es que se vio alguna vez, ha visto América la capacidad de decisión, el coraje sin freno, la voluntad de la victoria que se reunieron en ese extraordinario analfabeto que había nacido en un campo de Guayubín”.

    Su retrato mudo contemplado desde el olvido habla: de rostro timorato en sonrisa, de mirada soberbia pero humilde. Su estatura es normal, sin la timidez de los pequeños ni la prepotencia de los grandes. Para el año 1863, Gaspar Polanco es ciudadano de cuarenta y seis años de edad. Es un hombre sano, un atleta que no conoció otros deportes que el duro trabajo agrícola y las luchas en defensa de la República, sobreviviente de la jornada independentista. Puede  compararse con un incansable potro de carga, fiel a su amo, pero cuidado con usar el palo. Con  carácter firme igual que el tono de sus palabras, decidido hasta los límites de la temeridad.

    Su participación en la batalla de Santiago es una leyenda inigualable. Les dijo a los soldados españoles que querían imponer y mantener la Anexión con el peso de sus armas. “De Santiago para atrás, ni un metro, ni un pie de esta ciudad será conquistado por ustedes”.

    Y convirtió a la villa del norte en la trinchera de mayor solidez de todas las levantadas durante la contienda restauradora. Sin embargo, la solidez no estuvo en la fortaleza de los muros sino en el coraje de la defensa. Tan increíble resultó la lucha que los cronistas españoles anotaron en sus diarios desde entonces un nuevo estilo de coraje americano, “el coraje de Gaspar Polanco”. Quien peleando descalzo y sin camisa, como describe Bosch en su libro La Guerra de la Restauración, le pudo parecer a la soldadesca ibera “un personaje salido de la Guerra de Troya”.

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