La sucia historia del jabón

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    Por: Leonel Martínez 

    Este es el primero de una serie de trabajos que publicaré en este diario digital. investigadora mirada a todo lo cercano o lejano de mi entorno existencial, cuestionándome sobre el porqué, el origen y la historia de cosas, alimentos, utensilios, tradiciones, comunidades y creencias que siempre me han acompañado.

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    Entre las cosas están: bombillo, papel higiénico, sanitario, bolígrafo, lentes, cama, carro, cubiertos y otros enseres, productos, objetos o prácticas de costumbres, como el jabón, que es una de esas variadas interrogantes cuyas respuestas en conjunto son parte de mi “Filosofía de la cotidianidad”.

    Asimismo, hace miles de años, constituyeron interrogantes de su cotidianidad, porque somos lo que diariamente hacemos: dormir, comer, estudiar, trabajar, hablar, pensar, oír, ver, limpiar, leer… Muchos de estos verbos y sus quehaceres marcan la rutina de un vivir lleno de enseñanzas inadvertidas, que esperan ojos y mentes que descubran sus secretas curiosidades.

    El jabón

    ¿Bañarse sin jabón? El solo pensarlo quita el “deseo del aseo”. Pero, ¿desde cuándo existe el jabón? ¿Quién lo inventó? Los espurios senderos del jabón son saneados por dos libros publicados en Inglaterra y en Estados Unidos: el primero, Limpio – Una historia de la higiene personal y la limpieza, de la inglesa Virginia Smith, y el segundo, El lado sucio de la limpieza”, de la canadiense Katherine Ashemburg.

    Estas autoras, escriben abundantemente sobre el jabón, sin lavarse las manos como Pilatos, (¿y con qué se las lavó don Pilatos, con jabón de cuaba o de olor?), porque ambas parecieron olvidarse hasta del cuidado personal para no detenerse en su ansiosa búsqueda por aclarar las manchas en la historia de la limpieza.

    Los progenitores de grandes inventos y descubrimientos son las creencias, la curiosidad, y la necesidad. En tiempos prehistóricos, las pinturas rupestres testimonian que bañarse era más que una rutina diaria. Asearse formaba parte de una solemnidad religioso. Igualmente, en las civilizaciones antiguas los dioses necesitaban pureza. Almas limpias por fuera y por dentro. Quizás por eso Higea, la diosa de la salud y la higiene, protegía a quienes lavaban su cuerpo frotándose todo tipo de hierbas, barros y aceites. Estas costumbres se extendieron hasta Oriente, donde los lavados personales se convierten en rituales de purificación mística, placer e higiene.

    Los romanos no usaban jabón

    Ciertamente, todas las grandes culturas de la humanidad valoraron propiamente el cuidado y el bienestar físico del cuerpo. Por ejemplo, los egipcios cientos de años antes de Cristo, ya fabricaban jabón de manera rudimentaria, usando grasa animal, residuos de plantas y otros ingredientes naturales.

    También en Grecia el baño era una institución registrada en los mitos. Homero y Esquilo cuentan que Agamenón en su regreso de la guerra de Troya, fue asesinado en la bañera por su mujer Clitemnestra.

    El Imperio Romano construyó acueductos para abastecer su población. El romano asistía diariamente a los baños públicos donde el cuerpo era lavado en una sucesión de piletas con temperaturas variadas. Pero aunque parezca antihigiénico, los romanos no usaban jabón para bañarse.

    Ellos preferían los perfumes y las cremas, además de que el fuerte hedor a sudor (grajo*) era un símbolo varonil. Según algunos historiadores las calles de la Roma imperial eran sucias, muchas gentes tiraban los orines y la materia fecal por las ventanas, aunque se confundía la fetidez con las fuertes fragancias que usaban los romanos para salir a la faena diaria.

    Se dice que la aristocracia paseaba por las vías públicas con rosas pegadas a la nariz para así apaciguar la hediondez. Sin embargo, con la caída del imperio y la llegada de los cristianos al poder desapareció la tradición  por el baño. Es claro que el baño no se esfumó del ambiente europeo de la noche a la mañana. Katherine Ashemburg anota que algunos de los primeros patriarcas del cristianismo, como el teólogo Tertuliano o los santos Agustín y Juan Crisóstomo, frecuentaban todavía las casas de aseo.

    Pero entonces esos locales empezaron a ser asociados con el pecado y con la disolución de las costumbres paganas. Aparte de que tanto el judaísmo como el cristianismo desconfiaban de las atenciones prodigadas al cuerpo humano. Místicos extremados como San Francisco de Asís consideraban a la suciedad como una forma de castigar el cuerpo aproximándose al espíritu de Dios.

    Puede creerse que es exagerado, no obstante, en la mayoría de los conventos y monasterios de la Europa Medieval, el baño se practicaba dos o tres veces al año, en general, a las vísperas de fiestas religiosas como la Pascua o la Navidad. Pero el promedio de baños de quienes no vivían en los conventos no era muy superior. Perdido el hábito del aseo  en la época medieval, pasarían siglos antes de que se lo recuperara. (En algunos países aún hoy no se acostumbra).

    El baño con jabón se volvió una moda transitoria. En el siglo XIII, el popular “Román de la Rose”, poema francés repleto de consejos eróticos, traía una serie de recomendaciones para el aseo femenino. Las mujeres deberían mantener limpias las uñas, los dientes y la piel,sobre todo debería ser celosas en la limpieza de la «cámara de Venus». Las damas francesas de la referida época, no conocieron el útil jabón de cuaba.

    Como los chivos azuanos

    En el siglo siguiente, también aparecerían juegos eróticos en el baño, como se aprecia en el Decamerón de Giovanni Boccacio. El prestigio del jabón, sin embargo, parece haber sido solo literario. El cristiano medio europeo recordaba a nuestros “chivos azuanos”, por aquello del pánico al agua, pues los religiosos entendían que bastaba con lavarse la cara, las manos y los dientes. Eso  era todo a lo que se resumía su higiene personal.

    La transición a la era moderna no trajo ninguna mejora higiénica; por el contrario, la progresiva urbanización generó catástrofes sanitarias. En Londres o París, la disposición de los desechos humanos se hacía en las calles mismas.

    En el suntuoso Palacio de Versalles, un decreto del año 1715, disponía que las heces se retiraran de los corredores una vez por semana, lo que indica que la limpieza era aún más distanciada que antes.

    El lujoso Versalles prácticamente no tenía baños, a penas un cuarto equipado con una bañera de mármol encomendada por el propio Luis XIV como simple forma de ostentación, pero en el más absoluto desuso y sin jabón.

    Los médicos le recomendaron cierta vez al Rey que se bañara como forma de terapia para las convulsiones que sufría, pero interrumpieron el tratamiento cuando el monarca se quejó de que, “el agua le producía dolor de cabeza”. En ese entonces se creía en el poder curativo de las inmersiones en agua para ciertas dolencias.

    Contradictoriamente, sin embargo, también se le atribuían peligros al bañ lavar el cuerpo con jabón podía abrir los poros, facilitando la infiltración de las dolencias, lo que era precisamente al revés, ya que era la falta de higiene lo que permitía la difusión de epidemias como la peste y el cólera. En una ocasión el Rey Enrique IV invitó al Duque de Sully al Palacio del Louvre para tratar asuntos de Estado. Pero quien al final visitó al Duque fue el Monarca, ya que el primero se había bañado recientemente y se consideró que era un peligro para él salir a la calle.

    Otra creencia popular de la misma época se refiere al poder purificador de la ropa: se creía que el tejido absorbía la suciedad del cuerpo.  Bastaría, por tanto, cambiarse de camisa todos los días para mantenerse limpio, “para qué bañarse con jabón entonces”, se preguntaban.

    Consumo masivo del jabón

    Fue en el siglo XIX con la propagación de los sistemas modernos de acueductos, ycon el desarrollo de una nueva industria de la higiene -principalmente en los Estados Unidos- que empezó la rehabilitación del baño.

    El jabón, conocido desde la Antigüedad, pero por mucho tiempo considerado un objeto de lujo se industrializó y popularizó de manera masiva.  En ese ámbito, en el año de 1877, Scott Pape,  la compañía americana pionera en la fabricación de papel higiénico, comenzó a vender también jabón.

    Los ministerios de salud proyectan en líneas generales,  medidas de higiene: lavarse las manos y el aseo diario con agua y jabón. Estos hábitos se difunden a escala internacional a través de médicos que solían reunirse en congresos. Un objetivo esencial para el momento fue: vencer las enfermedades contagiosas, la peste, el tifus,  las fiebres tifoidea y amarilla.

    Un siglo de mucha espuma

    El siglo XX prosiguió con la expansión de la higiene y la venta en gran escala de cientos de marcas de jabón. La industria jabonera despierta y se expande por todo el mundo. Este producto se proyecta como fundamental para el cuidado de la higiene personal.

    El jabón conquista los baños de casas, hoteles y lugares públicos. Para muchos fabricantes del producto la era del jabón había llegado. En ese momento y hasta el día de hoy, bañarse sin jabón puede resultar una sucia idea.

    El jabón de cuaba en República Dominicana

    Ser dominicano conlleva conocer todos los usos del jabón de cuaba, llamado así porque el aceite utilizado en su fabricación es extraído de un árbol conocido como “cuaba” y cuya madera se utilizaba en el pasado para encender el carbón de cocinar.

    Se dice que en todos los hogares criollos existe por lo menos un pedacito de este jabón, que parece ser el rey para la higiene de la parte íntima de las personas. Y hasta dizque sirve para la prueba de embarazo.

    Si la mujer orina sobre él y no hace espuma eso da 100% la certeza de que se está embarazada. Dicen que el que amarra a un jabón la fotografía de un rival de negocio éste no logra agarrar los pesos y su empresa quiebra.

    Otros piensan que los políticos al alcanzar el poder se enjabonan porque nadie lo puede agarrar para conseguir un buen empleo. En el arte popular vernáculo nadie ha olvidado el merengue “Cara sucia compra jabón pa´que lave tu camisón”, cuyo sonido instrumental ha recorrido el mundo.

    Grajo es una palabra del vocabulario griego, con decenas de siglos de existencia. Aparece en el libro “Las aves” del autor antiguo  Aristófanes, nombra un ave de olor apestoso. “Tú hiedes a grajo”, era una frase común entre los griegos. Así que el grajo es tan viejo como el jabón.

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