La sorprendente historia del segundo jugador más rico de la NBA al que nadie recuerda

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En el 2° lugar del listado de jugadores millonarios, detrás de Michael Jordan pero por delante de LeBron James, aparece Junior Bridgeman, un alero que jugó 12 años, pero no ganó más que 350.000 dólares anuales.

La historia de cómo tiene más de 600 millones y sus aprendizajes en el básquet lo ayudaron en este éxito post retiro.

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Que Michael Jordan sea el basquetbolista, retirado o en actividad, que más dinero ha ganado en el mundo no sorprende, aunque haya colgado las botitas hace 17 años. El hombre-empresa en el que se transformó MJ lo hace posible.

Según una fusión de datos extraída de tres publicaciones como Forbes, The Richest y Celebrity Net Worth, Su Majestad atesora una fortuna calculada en 1.500 millones de dólares y en el último año embolsó 145 millones, básicamente por las regalías de su acuerdo con Nike, 56 más que LeBron James, la máxima figura en actividad.

Podríamos inferir, entonces, que la estrella reinante en un mercado tan atractivo como Los Ángeles ocuparía entonces ese segundo escalón del podio. Pero no. Cuando vamos a esa posición de privilegio nos encontramos con un nombre ignoto, incluso para los que siguen el básquet.

Un tal Junior Bridgeman ocupa ese lugar, con 600 millones, por delante de Magic Johnson (600), LeBron (440), Shaquille O’Neal (400) y Kobe Bryant (350) en un top 20 que sorprende al tener a 12 basquetbolistas ya retirados, demostrando que la imagen y los negocios relacionados al deporte dan más dinero que los salarios astronómicos que se pagan en la NBA.

Bridgeman jugó 12 temporadas en la NBA, una cantidad nada despreciable. Fue un valioso jugador de rol en al menos diez de ellas, retirándose en 1987 con muy respetables promedios de 13.6 puntos, 3.5 rebotes y 2.4 asistencias. Es el jugador que más partidos disputó para los Bucks (711) y su camiseta N° 2 está retirada en el estadio de Milwaukee. Pero, claro, el dinero no lo hizo allí. En ninguna de sus temporadas ganó más que 350.000 dólares. Es decir, lo que embolsó en salarios no supera los cuatro millones y hoy tiene más de 600.

¿Cómo amasó su fortuna? Siendo un exitoso y diversificado hombre de negocios. Tuvo más de 450 franquicias de restaurantes hasta que vendió su imperio de comida en 2016 y hoy es el propietario de varias embotelladoras de Coca Cola en Estados Unidos y Canadá. Esta es la historia de un obrero en la cancha que se transformó en una estrella de los negocios. Y de una persona que usó en el ámbito empresarial los aprendizajes obtenidos en la élite de un deporte colectivo.

Ulyses Bridgeman nació en East Chicago, en Indiana. En un ámbito social que le abriría su mente y le permitiría ser el líder empresarial que es hoy. “Crecí en un lugar con personas de distintos lugares del mundo, en un ambiente multicultural y étnico. Entendí que éramos todos iguales, que todos tenemos cosas distintas pero que no hay nadie mejor que otro por tener un color de piel determinado o creer en una religión. Comprendí que, cualquiera, con esfuerzo y determinación, podía escribir su propio destino”, analizó. En un estado con mucha tradición basquetbolero, en este deporte encontró su lugar en el mundo. Desde muy chico empezó a destacarse y se convirtió en pieza valiosa del secundario East Chicago Washington que formó verdaderos equipazos y, por caso, ganó el torneo estatal de forma invicta (29-0) en 1971. “Fue una época increíble. En Indiana el básquet es una absoluta pasión, muy parecido a lo que se puede ver en la famosa película Hoosiers. Por eso ganar aquel torneo de forma invicta fue algo que nunca imaginé. Una locura… Tuvimos equipos con mucho talento, pero allí aprendí la importancia de lo colectivo. El año con mejores jugadores no ganamos, pero sí cuando estuvimos todos comprometidos, unidos, involucrados por un objetivo mayor al de cada uno. Aquel seguramente fue primer gran aprendizaje que me serviría más adelante”, recordó.

Ser figura en uno de los mayores semilleros de básquet le permitió tener opciones para estudiar. “Recuerdo que en ese momento quería ser abogado y North Carolina State me ofreció incluso un trabajo a largo plazo, algo que era importante en ese momento en el que no tenía claro que podría llegar a la NBA. Pero Denny Crum me habló y convenció. Fue el primero que me convenció que podía ser más que un jugador de básquet…”, recordó Bridgeman, quien eligió la Universidad de Louisville, donde se quedó los cuatro años permitidos y, además de destacar como alero de los Cardinals (promedió 15.5 puntos y 7.5 rebotes), egresó con el título de Psicología.

En aquella etapa, Junior recuerda un momento clave, un click mental que hizo luego de que una selección joven de Rusia llegara al país para enfrentar a la de su país. “Yo tenía mucha ilusión pero casi no jugué y me pregunté si realmente podía jugar a otro nivel… Ese día me di cuenta que debía comprometerme más y mejorar mi juego si realmente quería dar el salto al próximo nivel y vivir de esto. No jugar me hizo entender y me motivó. Siento que me forzó a trabajar más en mi juego y me terminó convirtiendo en un mejor jugador. Me empujó al profesionalismo”, explicó.

Bridgeman se comprometió a tal punto que se convirtió en uno de los principales prospectos del país en su puesto y los Lakers lo eligieron en el puesto N° 8 del draft de la NBA en 1975. La ambiciosa idea angelina era que hiciera dupla con Gail Goodrich, su estrella de aquellos años. Pero, de repente, a los Lakers se les presentó una oportunidad que no podían desaprovechar: incorporar a una superestrella como Kareem Abdul-Jabbar. Así, en minutos, el canje estaba confirmado y así se había terminado el brevísimo paso de Junior por la mítica franquicia. Fue enviado junto Brian Winters, David Meyers y Elmore Smith hacia Milwaukee a cambio del emblemático pivote.

Pero, dicen, no hay mal que por bien no venga… Allí, durante las siguientes nueve temporadas, Bridgeman encontró su hogar. En lo social y en lo deportivo. Se convirtió en uno de los mejores Sexto Hombre de la NBA, en una época que todavía no existía el premio para ese rol (se instauró en 1982). Pero no necesitó ese galardón para ser reconocido. Jugó más partidos que nadie, metió 11.517 puntos y, por caso, en la temporada 79/80, fue el segundo máximo anotador de los Bucks pese a ser suplente. Terminó con un promedio de 17.6 llevando al equipo a un gran récord de 49 triunfos y 33 derrotas. Fue admirado por ser un obrero siempre listo para que el equipo ganara. Así fue que, en 1988, los Bucks terminaron elevando al techo su casaca N° 2. “La etapa de la NBA fue de mucho aprendizaje. Primero lo entendí como una experiencia de mucha humildad. Uno llega con su ego, con el entorno diciéndote lo bueno que es, pero yo enseguida me di cuenta que ahí eran todos buenos, que no era el único. Sentí la necesidad de seguir mejorando, de continuar trabajando para poder jugar ahí”, analizó. Junior también reconoce a Don Nelson, su DT en Milwaukee, como una pieza valiosa en su desarrollo como ser humano. “Me veía como algo más que como un basquetbolista”, recordó.

Aquellas eran otras épocas, en todo sentido, pero sobre todo en la popularidad de la competencia y el dinero que se movía. Los jugadores no ganaban los salarios de hoy. Podían vivir bien, holgadamente, pero sin hacer grandes diferencias a futuro, salvo casos puntuales. El sueldo anual top que se le reconoce a Junior fue en 1985, en uno de sus últimos años en la NBA: 350.000 dólares con los Clippers. En ese tiempo, Junior terminó de comprender la importancia de prepararse para un futuro lejos del básquet. Ya llevaba un tiempo “pensando en qué podía ser exitoso en el resto de mi vida”.

Cuentan sus compañeros que era común encontrarlo leyendo diarios y revistas de negocios. “Me gustaría dedicarme a algo así cuando me retirara”, repetía. El click lo hizo cuando ocupó un rol activo en el sindicato de jugadores, en especial cuando fue uno de los representantes en las negociaciones del nuevo convenio colectivo de trabajo con los propietarios de los equipos. “Aprendí mucho y, sobre todo, entendí lo que me atraía. Me encontré hablando más de negocios que del juego y me di cuenta que me atraía escuchar a los dueños, que me gustaba más que el básquet. Comprendí lo que me estaba perdiendo, que tal vez eso era más divertido e interesante que los juegos, que el deporte en sí mismo”, admitió. https://www.infobae.com/

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