Por: Leonel Martínez
Una frase de Charles Chaplin, marca mi sonrisa. “Un día sin reír es un día perdido”. Yo diría que un político que no ríe es igualmente un político perdido. El poder no es un chiste, pero sin hacer chistes se hace más difícil colocarse la banda presidencial.
La sonrisa es el espejo del alma, y quienes son parcos al gesto sublime de sonreír, ocultan su retrato interior. Se podría decir que en sus dientes está el ADN de lo que es como persona. Nada penetra con mayor fuerza en el corazón de los demás que el apretón de mano de una carcajada salida con espontaneidad.
Los dos candidatos del Partido Revolucionario Moderno, parecen polos opuestos: Hipólito padece de exceso de sonrisa. Abinader sufre de carencia de sonrisa. El primero se pasa de gracioso. El segundo, no tiene gracia.
Cuando Abinader aprenda a sonreír subirá puntos en el posicionamiento electoral. Aunque Danilo por igual tiene tacañería en su sonrisa, aprendió a ser gracioso. Mientras Leonel no sufre del mal de Abinader, algunos opositores lloran cuando él sonríe, como si recordaran un mal momento.
El consejo a Abinader es simple: si desea llegar al poder debe dominar el arte de sonreír. De lo contrario la gente lo seguirá percibiendo como otro de los tantos sangruces que andan por ahí. Los dientes al aire suman votos. Sino pregúntenle a Hipólito y a Leonel. Este consejo debe llegar a los oídos de Miguel, cuyo rostro recuerda la trágica cara de Beethoven.
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