Por: Leonel Martínez
Deslizar el tren de la modernidad olvidándose de los techos de zinc o los pisos de tierra de miserables casuchas, es un surrealismo tan real que pudiéramos decir como Salvador Dalí: «De ninguna manera volveré a este país. No soporto estar en una nación más surrealista que mis pinturas».
Muchos políticos latinoamericanos usan la pobreza como el anzuelo para vender la carnada de la modernidad. Entiéndase por ésta, el costosísimo vehículo en que una población empobrecida debe llegar con sus miserias a las puertas de la ciudad flamante del progreso, que exhibe sus impresionantes edificios, sus preciosos metros y lujosos automóviles, pero esconde debajo de los elevados la vergüenza social de sus indigentes.
La modernidad es la palabra del engaño, la varita mágica que transforma la falta de salud y educación en números mentirosos. La modernidad huele a botín, otras veces a reparto, despilfarro y corrupción. La modernidad es la estafa, el dolo y el robo vulgar de los recursos públicos. La modernidad se presenta en corbatas, trajes, vinos y comidas gourmet, costeadas con mis y tus recursos.
La modernidad es guillotina que cercena la ilusión, la esperanza y los sueños de millones que muerden sus carencias en una tarjeta de solidaridad o un jodío bono gas. La modernidad será su celda, será su jaula, el día que el pueblo decida hacer justicia a esos descarados que usan la modernidad para empobrecer a sus ciudadanos.
La modernidad real, la verdadera, la que tienen los países donde no existen analfabetos, desnutridos, niños descalzos y harapientos, casuchas deterioradas, hoyos en las calles, apagones, escasez de agua, desempleo, etc. Esa modernidad no necesita de discursos, inauguraciones políticas, publicidad engañosa; como tampoco de decenas de periodistas que distorsionan la realidad por las prebendas y beneficios que reciben.
¡Oh modernidad!, cuántos engaños se predican en tu nombre. ¡Oh modernidad!, palabra amarga, odiosa y mentirosa. Modernidad, eres una máscara, eres un disfraz, eres el veneno de la demagogia. Modernidad, eres el perfecto embuste del progreso.
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