Por: Lina Paulino
Por desgracia, o por destino la República Dominicana y Haití, ocupan una misma isla, comparten un mismo territorio. dos países que comparten una misma historia, que encierra las devastaciones, la injusticia, el robo, la corrupción, la destrucción de una tierra por demás rica de todo, incluyendo seres humanos con derechos a vivir por igual.
Hoy en día nos encontramos en un panorama difícil, que enfrenta como siempre a los más débiles y desposeídos, cuya única culpa es el hambre y la sed de justicia y que luchan cada día por sobrevivir, ante la mirada indiferente de aquellos que se supone están en la obligación de establecer orden, y procurar la paz.
La culpa no es del pueblo dominicano, ni haitiano, es de aquellos que han provocado la emigración masiva por conveniencia, como en los días de la esclavitud; la culpa es de los gobiernos que no ha asumido con responsabilidad el control, ni cumplen con las leyes migratorias porque sus bolsillos nunca se llenan, la culpa es de los empresarios que prefieren la mano de obra barata a costa del hambre y de la miseria ante la indiferencia de las autoridades.
El pueblo no está llamado a coger la justicia en sus manos, de algo que ni ellos ni los otros tienen la culpa, es indignante ver cómo están siendo maltratos otros seres humanos que en la mayoría de los casos solo han aprovechado la oportunidad que han tenido, de no dejarse morir, y de cuya realidad las autoridades no son ajenas, simplemente, digamos la verdad, ellos no asumen su obligación porque como dije, hay muchos que se están enriqueciendo con la desgracia de los demás y eso es voz populi, no una poesía mal interpretada.
No es al pueblo haitiano al que hay que decirle que salga, es al gobierno dominicano que hay que decirle que cumpla las leyes, es a la autoridades dominicanas a quienes debemos exigirles, no busquemos culpables afuera, los culpables están aquí adentro y son quienes están provocando con su indolencia, que hoy muchas personas inocentes de ambos países, estén sufriendo y que haya tanta sangre derramada, ante un grito de desesperación que no está siendo escuchado.
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